Una fría mañana de enero. Hortensia Núñez Ladevéze nos recibe en su estudio de la madrileña calle de Claudio Coello, bata blanca y pincel en mano: pincel y no cincel, sí, pues ya su amigo el poeta José Hierro destacaba las dos caras de esta artista: ”la que mira a la escultura y la que mira a la pintura». Su apariencia frágil y menuda contrasta con la fuerza de su arte, con la sabiduría y la experiencia que parece condensar su mano esgrimiendo el instrumento de trabajo. Desde el pasillo que conduce al corazón del estudio se escucha música clásica, murmullo cotidiano de un lugar intensamente habitado por piezas grandiosas a pequeña escala. Allí, sentadas en el sofá, testigo de tantas tertulias literarias, recitales poéticos y conversaciones artísticas, pronto se crea el ambiente propicio para una conversación con Hortensia.